En esta ocasión, un título más que adecuado para el "nombre tapadera" que me he puesto para cuando me paseo por estos lares. Es posible que no se entienda su relación con el tema que va a tratar, si lo hago así, a las bravas y en frío, por eso primero cabe explicar una anécdota de esas que marcan a uno profundamente.
Hace unos días, recordaba una de las "batallas" más épicas que he tenido hasta ahora. No me gusta usar términos como "épico", que parece que se usen por moda (y por lo visto la palabra "épico" está de moda en ámbitos freaks). Como soy de letras y sé que la Eneida es épica, lo uso, sin estar influenciado por modas. Esta remisión a la Eneida me viene de perlas para explicar el momento en que sucedía esta anécdota: momentos previos a realizar una prueba escrita de Latín en las Pruebas de Aceso a la unversidad (o sea, un examen de selectividad, cabezas calientes). En la misma puerta del aula donde tendría lugar dicho evento, yo y todos los compañeros de instituto que lo realizarían conmigo (guiño) repasábamos fervientemente todos nuestros conocimientos, con aquella sensación de ser extremadamente incultos que nos da el pensar que sabemos menos de lo que se espera de nosotros, que sabemos menos de lo que deberíamos. Así, repasábamos en voz las obras del ilustre Marco Tulio Cicerón, por si a quien había redactado el examen le daba por poner una lista para hacernos marcar el 'intruso'. Así, cantábamos: "Tusculanae Diputationes, In C. Verrem, In L. Catilinam, Pro Milone"... Con esto una voz desconocida se alzaba a nuestras espaldas: "Pro, ¿qué?". Una compañera (o, en esas circunstancias, competidora), que con esta pregunta hacía que todos los compañeros del IES que estábamos allí nos mirásemos, una mirada cómplice con la que nos decíamos: "pues no estamos tan mal, no somos tan incultos".
Al acordarme de lo que ha supuesto este largo párrafo, una fatídica pregunta acudía a mi mente: ¿En qué nos estamos convirtiendo? Esto es así por que la sensación de alivio que supuso saber que alguien sabía menos que nosotros no provocaba una sensación de superioridad, sino de desasosiego cultural. Es decir, lo lógico en aquel momento (y ahora que lo veo en retrospectiva, también) era sentirse inculto, ya que cualquier pregunta que hubiera supuesto hablar del contenido de las obras, y no sólo de su nombre, habría provocado un desastre. Así pues, si yo me avergonzaba de conocer tan pocos detalles, me da la sensación de que quien sabía menos que yo debería estar muy, muy preocupado. Pero no, recurría al famoso teorema "si yo no, no", que formula magistralmente cualquier estudiante en un momento preexamen cuando un compañero expresa una duda o explica un epígrafe o subepígrafe del temario. Tal teorema se expresaría "si yo no lo sé, no hace falta saberlo". Esto en mi pequeña mente supone una especie de alardeo de la propia incultura.
Esto, en un estudiante, en momentos previos a un examen, puede no ser tan grave, si lo consideramos en el contexto de nervios y agobio previos a una prueba importante. Ahora bien. esto puede trasladarse al plano de la realidad cotidiana, del mundo en que vivimos, en el que ser (o querer ser) mínimamente culto, o, como poco, pretender no ser demasiado inculto se ve como un signo de marginación. Actualmente parece ser más normal, como mínimo más deseable, decir cosas como que uno de los reyes católicos se llama Juan Carlos, o decir que "nunca me he leído un libro... a ver, revistas de cotilleo y eso sí", que decir que es muy exagerado que cierto personajillo salga excesivas horas en los medios de comunicación, que no aporta nada y que deberían eliminarlo de la parrilla televisiva.
Eso sí, la cultura está muy defendida por las altas esferas. Siento que el conocimiento y la cultura están extremadamente protegidos por organismos como SGAE y Gobierno (v. Ley de Economía Sostenible, o Ley Sinde), que aseguran un mantenimiento íntegro de toda la cultura. Y es que, es imposible imaginar una mejor forma de proteger la cultura que asegurar el mantenimiento de grandes riquezas, riquezas que se ganan a costa de pagar excesivamente ciertos servicios, amén de cobrar por otros que son, al menos, dudosos (el famoso canon).
Hay más formas de defender la cultura por parte de "los electos", que están haciendo un gran trabajo. Aquí no me refiero a la cultura en el mismo sentido que el párrafo anterior, sino a la cultura entendida como educación, y es que poner etiquetitas a la educación (LOCE, LOGSE, LOE y lo que venga), bajar sueldos de funcionarios, encarecer el acceso a la educación, fingir que estamos a nivel europeo son las mejores maneras de crear un sistema educativo que no es que funcione bien, es que va como la seda. Efectivamente, va como la seda para crear personas incultas, incapaces de pensar por sí mismos y más preocupadas por si Jesulín se casa o se divorcia que por si van a tener que trabajar hasta los 5o, los 60 ó los 350 años. Y es que, según mis cálculos, mi generación se jubilará a los 75, como poco, eso si no heredan mis hijos mis años cotizados, para que así mis nietos puedan, entre yo y mis hijos, jubilarse a los 67. Un sistema que va como la seda para crear personas que pongan el grito en el cielo si tienen que fumar en la calle, pero que aceptan como si fuera algo inherente a la realidad pedir una hipoteca cada vez que pasan por la gasolinera. Y es un sistema que va como la seda para crear personas que se pasen meses discutiendo si Messi o si Cristiano (y no hablo de religión), pero que duerman tranquilamente aunque los bancos se salven con dinero público, manteniendo riqueza cosechada precrisis y aumentándola postcrisis.
Con todo esto, se hace evidente que como humanidad, como sociedad no hemos evolucionado, sino involucionado (que diría Andreu Buenafuente). Si hace siglos, era importante quien descubría la electricidad, o la gravedad, ahora lo es quien pasa una noche en la cama de cualquier famosucho, que para colmo es famoso por haberse acostado con otro famosucho, y así sucesivamente. Vivimos, actualmente, en una sociedad en la que el objetivo es convertirse en 'Kikos Hernández', gente sin oficio, pero sí mucho beneficio, que no saben lo que es una tilde pero viven a base de pasar interminables horas poniendo la cara delante de una cámara. Y si alguien lo critica, no es que sea un sistema que hace aguas, es que quien lo ve así es un inútil, que no sabe lo que se dice, un marginado y un friki.
Ahora bien, esto es puramente mi opinión, y ¿cuál es, la opinión que cuenta? No debe ser la mía.
*Con esto me han venido recuerdos y agradecimiento para dos profesoras, que supongo que no lleerán esto, pero aún así, me veo en la obligación moral de agradecerles su esfuerzo y trabajo: Mercè Grané, y Rosa María Calderón. ¡Gracias por hacer de nosotros personas más cultas!
Hace unos días, recordaba una de las "batallas" más épicas que he tenido hasta ahora. No me gusta usar términos como "épico", que parece que se usen por moda (y por lo visto la palabra "épico" está de moda en ámbitos freaks). Como soy de letras y sé que la Eneida es épica, lo uso, sin estar influenciado por modas. Esta remisión a la Eneida me viene de perlas para explicar el momento en que sucedía esta anécdota: momentos previos a realizar una prueba escrita de Latín en las Pruebas de Aceso a la unversidad (o sea, un examen de selectividad, cabezas calientes). En la misma puerta del aula donde tendría lugar dicho evento, yo y todos los compañeros de instituto que lo realizarían conmigo (guiño) repasábamos fervientemente todos nuestros conocimientos, con aquella sensación de ser extremadamente incultos que nos da el pensar que sabemos menos de lo que se espera de nosotros, que sabemos menos de lo que deberíamos. Así, repasábamos en voz las obras del ilustre Marco Tulio Cicerón, por si a quien había redactado el examen le daba por poner una lista para hacernos marcar el 'intruso'. Así, cantábamos: "Tusculanae Diputationes, In C. Verrem, In L. Catilinam, Pro Milone"... Con esto una voz desconocida se alzaba a nuestras espaldas: "Pro, ¿qué?". Una compañera (o, en esas circunstancias, competidora), que con esta pregunta hacía que todos los compañeros del IES que estábamos allí nos mirásemos, una mirada cómplice con la que nos decíamos: "pues no estamos tan mal, no somos tan incultos".
Al acordarme de lo que ha supuesto este largo párrafo, una fatídica pregunta acudía a mi mente: ¿En qué nos estamos convirtiendo? Esto es así por que la sensación de alivio que supuso saber que alguien sabía menos que nosotros no provocaba una sensación de superioridad, sino de desasosiego cultural. Es decir, lo lógico en aquel momento (y ahora que lo veo en retrospectiva, también) era sentirse inculto, ya que cualquier pregunta que hubiera supuesto hablar del contenido de las obras, y no sólo de su nombre, habría provocado un desastre. Así pues, si yo me avergonzaba de conocer tan pocos detalles, me da la sensación de que quien sabía menos que yo debería estar muy, muy preocupado. Pero no, recurría al famoso teorema "si yo no, no", que formula magistralmente cualquier estudiante en un momento preexamen cuando un compañero expresa una duda o explica un epígrafe o subepígrafe del temario. Tal teorema se expresaría "si yo no lo sé, no hace falta saberlo". Esto en mi pequeña mente supone una especie de alardeo de la propia incultura.
Esto, en un estudiante, en momentos previos a un examen, puede no ser tan grave, si lo consideramos en el contexto de nervios y agobio previos a una prueba importante. Ahora bien. esto puede trasladarse al plano de la realidad cotidiana, del mundo en que vivimos, en el que ser (o querer ser) mínimamente culto, o, como poco, pretender no ser demasiado inculto se ve como un signo de marginación. Actualmente parece ser más normal, como mínimo más deseable, decir cosas como que uno de los reyes católicos se llama Juan Carlos, o decir que "nunca me he leído un libro... a ver, revistas de cotilleo y eso sí", que decir que es muy exagerado que cierto personajillo salga excesivas horas en los medios de comunicación, que no aporta nada y que deberían eliminarlo de la parrilla televisiva.
Eso sí, la cultura está muy defendida por las altas esferas. Siento que el conocimiento y la cultura están extremadamente protegidos por organismos como SGAE y Gobierno (v. Ley de Economía Sostenible, o Ley Sinde), que aseguran un mantenimiento íntegro de toda la cultura. Y es que, es imposible imaginar una mejor forma de proteger la cultura que asegurar el mantenimiento de grandes riquezas, riquezas que se ganan a costa de pagar excesivamente ciertos servicios, amén de cobrar por otros que son, al menos, dudosos (el famoso canon).
Hay más formas de defender la cultura por parte de "los electos", que están haciendo un gran trabajo. Aquí no me refiero a la cultura en el mismo sentido que el párrafo anterior, sino a la cultura entendida como educación, y es que poner etiquetitas a la educación (LOCE, LOGSE, LOE y lo que venga), bajar sueldos de funcionarios, encarecer el acceso a la educación, fingir que estamos a nivel europeo son las mejores maneras de crear un sistema educativo que no es que funcione bien, es que va como la seda. Efectivamente, va como la seda para crear personas incultas, incapaces de pensar por sí mismos y más preocupadas por si Jesulín se casa o se divorcia que por si van a tener que trabajar hasta los 5o, los 60 ó los 350 años. Y es que, según mis cálculos, mi generación se jubilará a los 75, como poco, eso si no heredan mis hijos mis años cotizados, para que así mis nietos puedan, entre yo y mis hijos, jubilarse a los 67. Un sistema que va como la seda para crear personas que pongan el grito en el cielo si tienen que fumar en la calle, pero que aceptan como si fuera algo inherente a la realidad pedir una hipoteca cada vez que pasan por la gasolinera. Y es un sistema que va como la seda para crear personas que se pasen meses discutiendo si Messi o si Cristiano (y no hablo de religión), pero que duerman tranquilamente aunque los bancos se salven con dinero público, manteniendo riqueza cosechada precrisis y aumentándola postcrisis.
Con todo esto, se hace evidente que como humanidad, como sociedad no hemos evolucionado, sino involucionado (que diría Andreu Buenafuente). Si hace siglos, era importante quien descubría la electricidad, o la gravedad, ahora lo es quien pasa una noche en la cama de cualquier famosucho, que para colmo es famoso por haberse acostado con otro famosucho, y así sucesivamente. Vivimos, actualmente, en una sociedad en la que el objetivo es convertirse en 'Kikos Hernández', gente sin oficio, pero sí mucho beneficio, que no saben lo que es una tilde pero viven a base de pasar interminables horas poniendo la cara delante de una cámara. Y si alguien lo critica, no es que sea un sistema que hace aguas, es que quien lo ve así es un inútil, que no sabe lo que se dice, un marginado y un friki.
Ahora bien, esto es puramente mi opinión, y ¿cuál es, la opinión que cuenta? No debe ser la mía.
*Con esto me han venido recuerdos y agradecimiento para dos profesoras, que supongo que no lleerán esto, pero aún así, me veo en la obligación moral de agradecerles su esfuerzo y trabajo: Mercè Grané, y Rosa María Calderón. ¡Gracias por hacer de nosotros personas más cultas!
Sí, Cicerone, T'he llegit! i he gaudit llegint-te! I t'agraeixo les teves paraules. Saps per què? Perquè el fet d'haver tingut alumnes (perdó!, persones) com tu, segueix esperonant-me a no baixar la guàrdia en les meves classes, a seguir demanant i exigint la cultura de l'esforç, a formar persones que vulguin pensar, discernir, crear....
ResponderEliminarÉs aleshores quan seguim pensant que paga la pena ensenya! Gràcies, Cicero!
M'agrada molt sentir això, Mercè! I ànims, ha d'arribar un moment en que la cultura torni a ser plat de bon gust!
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